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Lalita Curbelo Barberán (nace 1930)
Del amor
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Tanto se ha amado ya, y aún queda tanto
por amar
que puedo
largamente estirarme hasta el momento
de tus ojos perpetuamente abiertos.
Tanto se ha dado ya y aún queda tanto
por dar
en esta hora en que el amor es tu voz
o tus cabellos.
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Por eso es que aprendemos los silencios
y las manos se encuentran.
Mañana quizás queden en la tierra
nuestros huesos deshechos
pero ahora se ama todavía
y la esperanza rompe toda niebla.
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Ven, amor
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Ven amor, acomete contra mi
cuerpo que te espera,
bésame dulce como si bebieras
todo el amor que te nombre
en todos los momentos.
Que cada día el amor sea más
generoso y hondo,
más arrojado y de relámpago
de fuego.
Ven amor, vamos a morir de la
agonía de amarnos.
Deshójame como tú quieras.
Ámame.
Que cada día continuemos
en este amarnos mucho
y que caiga mi amor
hasta tu vida.
Ven amor, transítame
y enférmame de ternura
y fuego.
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Alberto Rocasolano (nace 1932)
Yo te conozco, amor
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Si del amor se trata, no es suficiente un sol para hacer todo el recuerdo y sellar la promesa de otro inicio; un mismo sábado no basta para darle a los pájaros su nombre y suscitar el júbilo del aire, del frescor que bordea cada hoja, donde la luz revive y ramifica cada sonido muerto y húmedamente se atropellan las palabras: las elegidas para hablar en el crepúsculo cuando la tarde desperdicia el oro con que podríamos comprar la eternidad.
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La vida exige y no perdona, suele aceptar a veces, permite que se posen nuestros ojos sobre su carne más variable, ávida de que se cumplan los deseos, que se desboquen los instintos, que extrañamente dependamos del envío de la luna cuando el caballo con su olfato despierta una leyenda y uno ventea los huesos de la sombra o desconfía de sí mismo, o quiere conocer y no pregunta y sorpresivamente mira con recelo a la inicial que fue situada en el final y siempre se hizo tarde su llegada.
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Porque en amor no hay letras para el fin, sólo esa parte azul que puede más que la ceniza y que, aun trizada, alienta, permanece, entra en el lance doblemente largo de ser y desnacer, de dar la muerte para hacer la vida…¡Yo te conozco, amor, y tengo miedo!
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Renael González (nace 1944)
Fotos, cartas, papeles
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Aquí están, amor mío, como en mieles
que el tiempor sin piedad no ha corrompido,
tus palabras de luz y de sonido
dormidas en la piel de estos papeles.
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Aunque ya no eres tú
– dejo que vueles hacia el país brumoso del olvido –
un viento sin edad vuelve a mi oído
con tu risa de alegres cascabeles.
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Si un ermitaño del amor he sido
o en cada primavera he florecido
o es mi corona espinas o laureles,
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yo no lo sé, mas, digo, convencido,
que hasta en la luz de un nuevo amor vestido,
por la sombra que dejas, aún me dueles.
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Delfín Prats (nace 1945)
Pero en el viento su rumor llegaba
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Ámala,
pero ámala como si todo hubiese concluido y pasado,
como si desde el futuro más remoto
recordaras el vino de tus mejores años:
el verano de mil novecientos ochenta
el catorce de abril
cuando fue tuya
en un hotel cercano del mar
cuyas ventanas no daban al mar
pero en el viento su rumor llegaba
y ella venía a ti como una ola
muriendo a las orillas de tu cuerpo.
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Albis Torres (nace 1947)
Hay gentes tan desgraciadas…
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Ella fue la mujer a quien quiso
y traerla a casa, la primera alegría de su vida.
Hacía gallinas de papel.
Las hacía como si nada
conversando, pensando.
Él miraba moverse aquellas manos tan queridas
y sacar de la nada alas, crestas
y una cola que hacía agitarse y crujir
al ave imaginaria.
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Todo parecía tan simple.
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Cuando ella se fue
trató muchas veces de repetir el milagro
dobló y desdobló papeles, tal vez pensando
que si daba sólo con una de aquellas pajaritas
regresaría atraída por el conjuro.
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Parecía tan simple.
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Su último intento fue a dar al cesto de la basura
reducido a una triste bolita de papel.
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Fue entonces que entendió que su mujer
estaba hecha de muchos dobleces,
de un mecanismo mudo que la hacía aletear
sin una idea exacta de vuelo.
Intento mecánico de ganar altura
siempre que se le tirara con buen tino de la cola.
Y la olvidó para siempre.
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Ciencia ficción
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Y si llegara un hombre verde
y si llegara un hombre verde
y si llegara un hombre verde o azul
en una nave.
Y se llegara.
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Qué diría de mí, tan despeinada
sin adornos ni gracia.
Qué diría de todos por mi culpa.
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Mamá está en el balcón
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Una vez estuve enamorada.
Era un muchacho dulce,
tenía las orejas pálidas y llenas
de unas pecas que me provocaban erizamientos.
Entonces también yo era adolescente.
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De esto hace mucho tiempo.
Su rostro no aparece
en los rasgos de mis hijos.
Su foto no está en el álbum familiar
y nadie lo recuerda en la mesa.
No hay una sola taza
en la que haya puesto sus labios.
No obstante
cuando los míos se acomodan
frente al televisor
acude a la baranda
y sus manos
rozan con un poco de horror las mías
que ya no son hermosas.
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Mayda Pérez Gallego (nace 1948)
Santiago
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Recuerdo mis diecinueve de Santiago
y becas de peñas
café bien fuerte en la Isabelica,
pero también Santiago
el de los callejones húmedos y la poesía del mar.
A solas contigo, compañero,
en la barbacoa que a nuestro gusto arreglamos
llena de affiches, consignas,
fotos y escritos del Che
catre en el que apenas cabíamos, pero sobraba,
para que me leyeras a Otto René
Vallejo
Neruda
para que aprendiéramos a conocernos y
hacer el amor
sin reglas ni recetas
herirnos y llenar de lágrimas la almohada y luego
besos
firmar la paz o la tregua
y por fin
en el vientre
la patadita risueña del hijo.
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Certidumbre
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Lo sabía:
dos iniciales menos
y otro amor engavetado.
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Ahora y hasta
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Quiero que esté conmigo ahora que llueve.
Abrazarte hasta mañana, pasado, un ratico.
Abrazarte tan ola que te irrites
Tan sol que te ardas
Tan guerra que te rindas.
Quiero que estés conmigo ahora y no tan simple.
Hasta el cansancio agradecido y el cigarro
Hasta la cama revuelta y mi voz después en calma:
Hasta otra lluvia, amor.
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Alejandro Fonseca (nace 1954)
Poema para María
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Cuando más segura quien la tiene,
tiene humo, polvo, nada…(Lope de Vega)
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Todo fue fácil al comienzo en aquella habitación;
éramos alegres animales que buscaban su fondo.
En medio del calor de los meses
perdimos el miedo de poseernos.
Había una piel para tocar mi cuerpo,
un sitio seguro donde discurrir los días
y yo conforme con tu aliento y tú con el mío,
olvidamos ciertas privaciones.
Pero al final de todo fue en vano;
el amor quedó suspenso como un punto de humo,
imposible de compartir.
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Bajo un cielo tan amplio
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Después de haber amado el paisaje claro de un cuerpo,
de abandonar el deseo en las extensiones largas de sus muslos,
después que ha partido hacia una dirección inexacta,
qué nos puede proporcionar la noche
y en el cuál de sus tantos espacios
encontraremos el ansia pasada,
si a esta hora sólo quedan los ruidos incoherentes de la ciudad
y el rumbo casi estricto de las calles
conduciéndonos a la casa;
a la casa siempre enclavada en un verano sigiloso
donde las plantas transpiran y su quietud asusta.
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La oscuridad no contiene un pájaro dorado
ni un ademán azul y alegre creciendo ante nosotros.
Únicamente se reciben las mansas,
las difusas imágenes en los contornos,
en este inmenso vacío
en el que no habrá de nuevo el paisaje claro de un cuerpo
a pesar de estar, de habitar bajo un cielo tan amplio.
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