Ruth Ellen Kocher
(nace 1965, Wilkes-Barre, Pennsylvania, EE.UU.)
Una meditación sobre la respiración
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Cuando amamos las palabras, ellas prenden fuego.
– Édourd Glissant
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para A.M.
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I
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Por último he aprendido hablar con Dios
por medio de mi hambre del aire, una reflexión asmática.
Como un perro que rema en la mar profunda,
y las olas están llevando su agitación hacia su hogar,
en algún lugar entre los pliegues rosas de los pulmones.
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II
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Llama a Dios. Recuerda el regalo de la música.
Como una flauta da un soplo de aire al cuerpo,
ondula el acorde entre A y C;
o como una trompa moja sus alas en un lago,
invisible detrás de la sombra nocturna del árbol.
Oye un sonido staccato cumplimenta una tarde
mientras unos amigos se acercan, con su risa audible:
Dios expeliendo la respiración del intrumento del cuerpo.
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III
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El incienso en la parte trasera de la garganta
no tiene gusto al sabor de Dios; también la lila.
Inhala la estación que falla,
las floraciones de un árbol – que se pudren –
o la pata mutilada de un conejo,
dejada descomponerse sobre una pared del jardín.
No despedirás el sabor de Dios.
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IV
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No está en casa Dios.
Dios rodea el estribillo de un himno.
Dios trota de aquí a Atlanta – y aquí
es un lugar en todas partes.
Dios jadea el olor de saguaro agriándose a lo largo del desierto
y Él se detiene para rellenar los pechos de gecos
con el aire chamuscado de la mañana.
Aun los martines-pescadores
vuelan como un instrumento de viento madera
para enviarle – en su ausencia – sus deseos.
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V
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El mismo pulso, largo y corto, el jalón y el empujón.
Pausa para exhalar completamente; inhala, pausa.
Aspira a la cavidad honda de tu verano,
la cuba ahuecada de “sin palabras”
mientras cruzas la calle,
la inhalación rápida mientras tus rodillas se doblan
a cada escalón del pozo de la escalera.
Tiemblas el sonido que haces en este mundo.
Respira – respira duro. Casi como si
alguien puede que oírte.
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Ruth Ellen Kocher
(born 1965, Wilkes-Barre, Pennsylvania, USA)
Meditation on Breathing
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When we love words, words catch fire.
– Édourd Glissant
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for A.M.
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I
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I have finally learned to speak to God
through my hunger for air, asthmatic
searching: a dog paddling in deep sea,
wave carries his churning home
somewhere between the lungs’ pink folds.
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II
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Call God. Remember the gift of music.
How a flute gives breath to a body,
undulates the chord between A and C,
or a horn wets its wings on a lake
invisible behind the tree’s night shadow.
Hear staccato fill an evening while friends
gather around, their audible laughing, God
expelling breath from the body’s instrument.
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III
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Incense on the back of the throat
does not taste like God. Lilac does not
taste like God. Breathe in the failing
season, the rotting blossoms of an overgrown
tree, or a rabbit’s severed leg
left to rot on a garden wall.
You will not exhale the taste of God.
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IV
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God is not home. God skirts the refrain
of a hymn. God jogs from here to Atlanta,
and here is an everywhere place. God pants
souring saguaro scent through the desert and stops
to fill the chests of gecko with scorched
morning air. Even the kingfishers woodwind
their wishes to God’s absence.
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V
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The same pulse, long and short, pull
and push. Pause to exhale fully. Inhale,
pause. Breathe into the deep
cavity of your summer, the hollowed cask
of wordlessness as you cross the street,
the quick draw in as your knees bend
into each stairwell step. Shudder the sound
you make in the world. Breathe. Breathe hard,
as though someone might hear you.
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